¡El vestido de su boda!

En el país que ha dado escritores como Faulkner, Highsmith, McCarthy o Eugenides, directores de cine como Allen, Scorsese, Ford o Tarantino, cantantes como Carole King, Whitney Houston o Frank Sinatra, y políticos de la talla de Jefferson, también nacen, crecen e incluso florecen seres que parecerían haber sido sustituidos por los ladrones de cuerpos. En fin, igual ocurre en España que lo mismo produce un Cervantes que una Ana Botella (http://www.youtube.com/watch?v=hhJt3Tzjy8I&sns=tw).

Al inicio de las vacaciones, alguien nos avisó de (¿tendríamos que escribir ‘nos alertó sobre’?) la existencia de una cadena de Televisión llamada Divinity, cuyos programas eran mucho mejores que los documentales sobre fauna de la TV2 a la hora de la siesta en el sofá. Decidimos probarlo en los primeros días de asueto veraniego, dado que la pasión oral del mosquito-tigre, o el apareamiento del babuino de Madagascar, si bien nos hacían dormir profundamente, nos dejaban sin ánimo ninguno para salir a lucir el palmito por las terrazas veraniegas. Y lo hicimos con uno de los programas que dan los fines de semana: «El vestido de tu boda».

El escenario es una casa dedicada a vender trajes de novia, regentada por Lori, una sesentona feílla pero fina y lista, y su hermano, otro sesentón operadillo y tal pero gracioso. Con ellos trabaja un equipo de señoras y señoritas de todas las edades y razas, a cada una de las cuales le es adjudicada una de las novias que llegan buscando su traje. Todo el equipo va vestido de negro, por aquello del contraste con el traje blanco.

La primera siesta fue imposible dormirla, ya que ante tanta cosa increíble, nos dedicamos a intentar pescar las señales de que todo aquello estaba guionizado. Y la verdad que sólo algunas cosas nos pareció que lo estuvieran, porque eso de que la realidad supera a veces a la ficción… es un hecho.

Las buscadoras de traje llegan a la empresa acompañadas de su madre, su abuela, su futura suegra y cuñada, sus amigas y damas de honor, a veces padre y hermanos… en fin, toda una comunidad totémica que pretende que va a funcionar al unísono cuando la prometida aparezca ante ellos con el «verdadero» traje de su boda. Creen además que van a «sentir» cuál es el modelo adecuado y alguna madre dice que el que se prueba su hija en ese momento no lo es porque ella no ha llorado al verla aparecer. Otras veces, una huérfana de madre dice que ésta le está enviando señales desde el más allá de que ESE y no otro es su vestido ideal de novia. ¿Cómo dormir ante eso?

En cuanto a las futuras esposas, discursos como éste merecen un momento de atención:

«Conocí a mi prometido la misma mañana que me hice aumentar el pecho: ¡dos regalos en un solo día! Por eso le llamo mi bizcochito«.

            Ese ‘por eso’ y su lógica, requerirían alguna revisión por parte de Descartes.

De la misma joven, aludiendo a que en la boda quería mostrar por el escote esos encantos que tan caros le habían salido, escuchamos un: ¡Mis amiguitas quieren asomarseeee!

Claro que, además de la memez, tenemos toda una representación de los fundamentos simbólicos de nuestra civilización. Nos referimos a que, guionizados o no, los discursos y actitudes de la futura desposada y los de sus parientes, son como una ilustración de las teorías antropológicas de Lévi-Strauss en su «Antropología estructural». Escuchamos por ejemplo al hermano gemelo de una novia que no quiere soltar su incestuosa presa y pretende ser él quien decida con qué traje se casará su hermana.

Lo mismo vemos en el caso de un hijo —as del baseball— que pagará el traje que su madre va a ponerse en la renovación de sus votos matrimoniales. La cosa es inquietante. porque la madre dice querer un vestido sexy para, en el mismo lote que los votos, renovar de paso el ardor de su marido, y el hijo dice que él no financia un vestido sexy para su madre, sino otro lleno de volantes con el que parece Mami Panchita a punto de hacer una tarta de nata para sus pequeñuelos.

Pero ahí llega Lori, la jefa, con todo su cargamento de sabiduría psicológica del Reader’s Digest, a apuntalar a su clienta llorosa para que muestre sus encantos con un vestido bien ajustado, pasando de ese edipito que tiene por hijo.

Del mismo estilo es algún padre que ante la pérdida que va a sufrir, quiere quedarse entre las uñas algún resto de su pequeña, ni bien sea unas hebras de lazo rosa, y se duelen de verla convertida en una odalisca con traje de sirena que dentro de un momento va a pasar a pertenecer a esa especie de Popeye bien alimentado, cuya foto todas muestran al llegar. Ya lo decía Lévi-Strauss: la mujer históricamente es una moneda de intercambio entre dos hombres con la que estos sellan una relación legítima tanto en los negocios, como en la política, como en… en fin, sabemos que muchos hombres se intercambian a una mujer: su hermana, su antigua novia, para mostrar ante el mundo que ellos no son homosexuales… Las nuevas generaciones de novias independientes han cambiado un poco esta cuestión de la moneda de cambio y sería interesante saber qué dicen ahora los antropólogos sobre ello.

Uno de los padres más interesantes era un pastor protestante que no quería que su hija comprara un vestido concupiscente, es decir, con escote y con los hombros al aire. «¡Con eso no entras en la Iglesia!», le espetó cuando la joven llegó con un vestido de sirena (los de sirena de hombros al aire y escote-corazón son los preferidos de las novias, mientras que los de princesa llenos de cristalitos bordados y grandes vuelos, son los de sus madres). Volviendo a la hija del pastor, al escuchar la negativa de su padre, pudimos ver cómo ese escote pecador se llenaba de ronchas rojizas. He ahí una muestra de no guión previo, ya que las lágrimas pueden fingirse, pero el sarpullido no.

El programa es un auténtico psicodrama en el que no sólo vemos los intentos de la familia de origen de retener a su hija, nieta, hermana, sino también la lucha entre la familia de origen y la nueva familia política para ver cuál de las dos va a dominar en la nueva geopolítica familiar. En este sentido vemos, por ejemplo, a una chica católica que va a casarse con un chico judío. La joven lleva un tatuaje en el hombro, homenaje a Irlanda: dos o tres tréboles bien verdes… ¡pero verdes, verdes!. La suegra dice que los judíos tienen prohibido mancillar su cuerpo con tatuajes y que no soportará que cuando la novia esté de espaldas, todo el mundo pueda ver ese «pepino» (sí, lo dijo) que habría que tapar con unas buenas mangas. Entonces la mamá de la criatura defiende a su nena, con lo que ya no les hará falta cenar juntos en Navidad para que se creen tensiones entre ambas familias. Finalmente, un púdico velo traído por el hermano de Lori disimulará el… pepino.

Podríamos recordar también a esas madres que ven agostar su atractivo sexual al mismo tiempo que florece el de sus hijas, y que se niegan a aceptar un vestido que a la hija le queda absolutamente perfecto. Ya las mitologías griega y romana nos mostraron los efectos de la envidia de los mayores hacia los jóvenes que podemos ver con toda su fuerza en algunas madres de este programa.

En fin, siestas pocas, porque tanta memez es fascinante. Sólo confiamos en que repetirán programas y eso nos permitirá dormir tranquilos. Si no, habrá que volver a interesarse en el salto del león de los documentales de TVE-2 que quizá, en una de esas, se zampe a algunos de los participantes en este programa.

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