Inhibiciones, bloqueos y otras hierbas

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El otro día, una persona me hablaba de lo bloqueada que estaba para escribir algo que había comenzado con mucho entusiasmo hacía unos meses. Decía que cada vez que se ponía delante del ordenador, lo que llevaba hecho hasta entonces le parecía pobre, escaso, mezquino… en fin, me bloqueo sólo de intentar recordar todos los sinónimos de la chatura literaria que empleó.

A mí se me ocurrió contarle el día que perdí mi inhibición (toda pérdida tiene su primer día que suele coincidir con el de una ganancia). Fue gracias a la intervención de un buen amigo. Resulta que este amigo y maestro me invitó hace ya bastantes años a presentar una ponencia en Paris en un congreso de psicoanálisis. Le dije que ni loca, que menudo susto, que bastante tenía con presentar cosas en España.

Me dijo que claro, que lo entendía, que hacía bien en no aceptar, porque en cuanto empezara a hablar allí, ¡¡¡ todo el mundo se iba a dar cuenta de que yo no era ni Freud ni Lacan !!!

A partir de ahí me di cuenta de que no podía seguir comparando lo que yo hago con ningún ideal porque, si así fuera, no podría avanzar y eso, sobre todo, porque lo que importa es hacerlo para mí, por el deseo de hacerlo, no para que otro me mire arrobado. Es a los bebés a quienes miramos arrobados. Uno tiene que seguir madurando que es lo mismo que decir que, si quiere andar bien oreado por la vida, tiene que salir cuanto antes de ese lugar donde sólo espera ser el objeto que fascine al otro, y empezar a ser para uno mismo.

La intervención de mi amigo me ayudó mucho a poder mostrar aquí, en Paris y donde sea, que eso que digo en una conferencia, en un artículo, en un libro, habla del punto al que yo he sido capaz de llegar hasta ese momento y que mañana llegaré más lejos si me sigo esforzando, pero nunca, nunca, nunca, conseguiré llegar a la altura de mi ideal. Y eso por una sencilla razón que la misma palabra «ideal» ya indica: que pertenece sólo al mundo de las ideas y nunca a la realidad.

Con el ideal sucede como con la famosa zanahoria/señuelo a la que siempre aludimos: que cuanto más nos acercamos más se aleja, así que más vale pasarlo bien con lo que somos capaces de hacer en cada momento porque compararnos con el ideal sólo va a bloquearnos, a inhibirnos y, en resumidas cuentas, a amargarnos y atormentarnos.

Y ahora un comentario para psicoanalistas: ¿alguna vez habíais pensado que el Yo ideal (el Ideal Ich freudiano), no es más que un objeto perfecto para ser gozado por el Otro? Pues menudo dramón.

(Tomé la imagen prestada en el blog: http://dixitdigital.com.ar)

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