Con el tiempo y una caña…

Un amigo me contó que hay algo que le ocurre con cierta frecuencia. Tiene un negocio montado hace más de treinta años en el que se ha dejado las pestañas, los dientes y algunas otras prendas y que, gracias a eso, marcha bien. De vez en cuando llega alguien que al ver lo bien que va le dice: «¡Caramba, Fulano! ¿cómo puedo conseguir algo como esto?», esperando sin ninguna duda que mi amigo le conteste que alguien se lo ha regalado, por lo que esa persona podría obtenerlo también fácilmente. Y mi amigo contesta siempre: «Bueno, no sé, yo vine un día hace treinta y cinco años, me senté aquí, me puse a trabajar… y hasta hoy».

Minimizar los esfuerzos que hacen los demás, quitar importancia a su empeño de tantos años… Sólo hay un tipo de personas que se alegran cuando Fulano consigue que su negocio marche bien, cuando Mengano ha abierto un blog que la gente lee, o cuando a Zutana le han dado un premio de cualquier tipo… las únicas personas que lo soportan y a veces incluso se alegran, son las que hacen exactamente lo que les gusta, que además tienen varios proyectos abiertos y los llevan adelante, y por eso su deseo es seguir haciendo lo que hacen, y no conseguir lo que ha conseguido el vecino.

Pero esas no son mayoría. A la mayoría de la gente, como decía una de mis abuelas, «les da pelusa» —o franca envidia—, cualquier éxito ajeno por pequeño que sea. Es como si al quedar bien Fulano o Mengana, estuvieran poniendo ante los demás un espejo en el que los y las pelusones se ven sin gracia, desmañados, sin luces suficientes para llevar adelante lo que les gusta.

De lo que sólo se consigue con empeño y tiempo, Rilke dice algo bello e interesante:

¡Los versos significan tan poco cuando se han escrito de joven! Se debería esperar y saquear toda una vida, a ser posible una larga vida; y después, por fin, más tarde, quizá se sabrían escribir las diez líneas que serían buenas. Pues los versos no son, como creen algunos, sentimientos (se tienen siempre demasiado pronto), son experiencias. Para escribir un solo verso, es necesario haber visto muchas ciudades, hombres y cosas; (…) Es necesario poder pensar (…) en encuentros inesperados, en despedidas que hacía tiempo se veían llegar; en días de infancia cuyo misterio no está aún aclarado; en los padres a los que se mortificaba (…); en enfermedades de infancia que comienzan tan singularmente, con tan profundas y graves transformaciones; (…) Es necesario tener recuerdos de muchas noches de amor, en las que ninguna se parece a la otra, de gritos de parturientas (…). Es necesario aun haber estado al lado de los moribundos, haber permanecido sentado junto a los muertos, en la habitación, con la ventana abierta y los ruidos que vienen a golpes. Y tampoco basta tener recuerdos. Es necesario saber olvidarlos cuando son muchos (…).

Rainer María Rilke, Los cuadernos de Malte Laurids Brigge. Ed. Losada 2003.

Pues eso, con el tiempo, una buena caña y algo de viento a favor…

Pensar

«El pensamiento sólo es de verdad fascinante cuando es ligero, controvertido, contradictorio. Cuando tropezamos. Cuando perdemos el hilo. Cuando se pide perdón. Cuando se enriquece en el contacto con los demás.

Pensar significa aceptar el conflicto. Con los demás. Consigo mismo. Aceptar que a veces no hay ninguna respuesta. Pues hay siempre algo que se nos escapa».

 

Michella Marzano: Legère comme un papillon, Grasset 2012, pág. 252.

Aprender a vivir (como adultos)

«La relación con uno mismo es idéntica a la relación con los demás. Si nos ponemos siempre en su chepa, si les pedimos algo permanentemente, si los agobiamos… terminan por irse. Cualquiera se iría. Yo la primera.
Aprender a vivir significa aceptar la espera, el suspenso, la incertidumbre. Asimilar lentamente la idea de que el vacío que llevamos en nosotros no podrá ser nunca colmado. Que siempre nos faltará algo. Y que es esta ausencia lo que caracteriza nuestra relación con el tiempo, con el espacio, con el amor…
Y admitir que los demás no son ‘malos’ si no están siempre dispuestos a intervenir, a hacer un gesto para que el vacío nos haga menos daño.

Las relaciones humanas son complejas porque cada uno debe poder arreglárselas con sus heridas y su fragilidad. Puede entonces ocurrir que sintamos la necesidad de reposar sobre alguien, de esperar que otro resuelva nuestros problemas y se ocupe de nosotros. Pero el otro no es una simple ‘cosa’ que se puede coger y colocar donde duele. El otro es ‘otro’. Es una ‘alteridad irreductible’ que no se puede almacenar, plegar, utilizar a voluntad».

Michella Marzano: Legère comme un papillon, Grasset 2012, pág 182. Traducción mía.

 

El amor según Murakami (en San Valentín)

«Sin embargo, cuando Fukaeri, aquella chica de diecisiete años, apareció delante de él, Tengo sintió una especie de estremecimiento, bastante intenso, en el corazón. era lo mismo que sintió cuando vio sus fotografías por primera vez; pero delante de ella, en persona, el estremecimiento era más fuerte. No se trataba de amor, ni de deseo sexual. Seguramente, algo había entrado a través de un pequeño resquicio en su interior e intentaba llenar un vacío. Tenía esa sensación. El vacío no lo había creado Fukaeri. Ya hacía tiempo que estaba en Tengo. Ella le aplicó una luz especial y volvió a iluminarlo».

Haruki Murakami: 1Q84, libro 1.